LA
MALETA VOLADORA
La
maleta, similar a miles de maletas, parecía no tener nada en especial. Seguía
los pasos de la viajera que la arrastraba casi siempre nerviosa y con prisas.
Hacia un ruido idéntico al de miles de maletas en su caminar: más
fiiiiiiiiiiiiiiig si el suelo era muy liso o si este era rugoso hacía
turrunturrunturrunnnnn. Nada especial.
Pero
un día su viajera la empezó a dejar en casa y a arrastrar en sus espaldas una
mochila.
-
Qué
raro- pensó – con lo que pesa una mochila.
Observó que su viajera caminaba con una especie de palos, cada uno en una mano y que tenía
problemas para caminar y muchos más para correr. Entonces supo que, si no era
con la ayuda de otros, si no se dejaba arrastrar por otras manos, ella nunca podría
volver a viajar con su viajera amiga y eso le dolió.
Sucedió
poco a poco, primero intento rodar sola, lo deseo, lo deseo…pero no hubo forma,
solo consiguió unos pequeños saltitos que fueron el preámbulo de lo que al
final sucedió. Con tesón y con constancia todo es posible, pero también existe
la magia, así que un día se levantó un milímetro, otro día un milímetro más y
practicando día a día nuestra maleta consiguió volar.
Primero
fueron vuelos atolondrados, porque no creáis que es fácil el arte de volar. Se
necesita tener una buena vista, sentido de la orientación y un gran dominio de
la aerodinámica. Pero con practica ya sabéis que todo se consigue, si y con
magia que este último punto no se puede olvidar.
Y así
fue como la maleta voladora sorprendió un día a su viajera, quien supo desde
ese mismo instante que ahora como antes podría volver a viajar y no escatimar
en ropa. Desde hace tiempo que las dos vuelven a viajar juntas. La viajera a
veces cambia sus bastones por un artefacto con ruedas en la que nuestra maleta
a veces se acurruca con mimo. Pero la mayoría de las veces de la maleta surge
el encanto y ¡vuela! Dejando con la boca abierta a todos los viajeros que pululan
a su alrededor.